domingo, 3 de octubre de 2010

Los Martires de Uchuruccay


Las alturas de Huanta, incluida la comunidad de Uchuraccay, vivían días de furia, miedo y sangre, de matanzas de senderistas provocadas por los ataques de éstos contra los comuneros y azuzadas y aplaudidas por el gobierno, los militares y la prensa; cuando los ocho periodistas decidieron dejar la rutina de los hoteles de Huamanga y marchar en busca de algo más que los partes policiales y los datos siseados en los bares.
La semilla de la violencia había sido sembrada y los comuneros de Uchuraccay tenían vigías en los cerros que, premunidos de pitos, debían avisar si venían extraños. La consigna militar era: “Los amigos vienen por aire, los enemigos vienen a pie… a éstos hay que matarlos”.
Esos “extraños” resultaron ser los periodistas que subían trabajosamente hacia Uchuraccay esperando descansar un rato para luego seguir a Huaychao, el lugar de una reciente masacre de senderistas, donde esperaban confirmar varias informaciones.
Aparentemente tenían como contacto al guía Argumedo, a quien los comuneros de Uchuraccay reconocerían, se dijo, como antiguo senderista y que sería asesinado poco después de los periodistas.
Luego de conocer la matanza de presuntos senderistas en Huaychao, la comunidad de Uchuraccay entró en extrema tensión, temerosa de que en cualquier momento incursionaran las vengativas huestes senderistas.
Una versión relata que el 26 de enero en la tarde había una reunión en la casa de Fortunato Gavilán, el teniente gobernador. Las botellas volaban de boca en boca porque el día anterior habían celebrado un cumpleaños y el festejo tenía para rato.
“¡Ya están viniendo, los terroristas están viniendo!” gritó alguien y todos salieron corriendo hacia el cerro Wachwaqasa a atajar al grupo que se acercaba despacio, con las manos en alto, quizá agitando un trapo blanco.
El antropólogo Ponciano del Pino propone que la escena fue así: “Los acorralaron a los pocos minutos, mientras otros corrían persiguiendo al guía que los había dejado en la cumbre del pueblo. En actitud bélica, los campesinos portaban palos, hachas, piedras y lazos. Los periodistas estaban temblando. ‘No podían hablar’ es como recuerda uno de los campesinos que entrevisté. No había comunicación. Era un diálogo de sordos…”.
No escucharon a los que hablaban quechua, todos gritaban a la vez y finalmente les indicaron que bajaran hacia el pueblo… “una de las autoridades dudó y dio la orden de matarlos”.
Fue quizá una treintena de hombres y mujeres, adultos y jóvenes los que atacaron ferozmente a los periodistas con palos, piedras, hachazos, hasta hacerlos caer para rematarlos con crueldad.
Luego los desnudaron, robaron sus ropas y pertenencias y los enterraron superficialmente porque debían mostrarlos, como a los de Huaychao. Y volvieron a beber, dice esa versión, contentos de haber matado a los ocho “senderistas” y sin imaginar no sólo que habían cometido un terrible error, sino que habían asegurado su propia sentencia de muerte.
Porque en los próximos meses todos los verdugos de Uchuraccay serían asesinados, hasta un total de 137 de un población total de 400 comuneros.


Fuentes Bibliográfica:

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